jueves, 17 de marzo de 2011

Acerca de Rafael Reig

        Palabras leídas en la presentación de la novela de Rafael Reig "Todo está perdonado". Acto organizado por el Aula de Cultura de diario Sur y el Centro Andaluz de las Letras. Málaga, 16 de marzo de 2011
        Quien tome este libro en sus manos, como ahora yo, encontrará, para empezar, una jugosa carta publicada en el diario Público, en cuya sección de Opinión trabaja Rafael Reig, asturiano de Cangas, firmada por Antonio Menéndez Vigil. Al volver la página encontrará que Menéndez Vigil es también asturiano, y que sigue la Eurocopa de 2008 a la vez que vive y narra los episodios que recoge la novela. Sería fácil deducir que Reig se oculta tras Menéndez Vigil para relatar una fábula amarga y española. Pero creo que se equivocará el lector que tal pretenda. Pero no nos adelantemos. El arrebato chusco de patriotismo, lo que aquí equivale a decir delirio, de la carta que firma Menéndez Vigil, deliciosa y provocativa, que aprovecha la racha triunfal de la Roja (y también Gualda) en la Eurocopa de 2008 para proclamar la fe en esa España imbatible, da lugar a que pronto, en la misma página inicial en que asoma Asturias, se proclame, hablando de fútbol, que “Hay otra España”, un país constituido a veces en una unidad de destino en lo universal y otras en unidad de desatino en lo nacional. Efectivamente, otra España la hubo entonces, sobre el césped. Y la hay en este volumen singularísimo en la que nuestra áspera nación está atravesada, en una cicatriz navegable, por el Canal Castellana que comunica Lisboa y Alicante pasando por Madrid. Una España eucarística como la de aquel congreso multitudinario de 1952 en Barcelona, en la que, en ese 2008 que sigue siendo ahora, la gracia divina se ofrece en máquinas automáticas que dispensan obleas bendecidas como quien oferta cigarrillos o condones. Es, en suma, un país cuya historia reciente y alternativa, a la manera de las ucronías más audaces, se nos presenta así:
Nací en 1940 y crecí en la España una, grande y libre del Caudillo, tuve un Seiscientos y otros muchos coches, hasta que se acabó el petróleo, viví la II Restauración borbónica, la Inmaculada Transición, el golpe del 23-F, la ayuda norteamericana para consolidar la democracia (y para la ejecución de las obras del Canal Castellana), el entusiasmo institucional con el referéndum de 1984 (“De entrada no”, decían los del PSOE con calculada ambigüedad), que nos convirtió en Estado Asociado a los USA, con el inglés como lengua cooficial (a partir del segundo referéndum, el del 86) y una monarquía tributaria del Imperio de Washington.
            Nos encontramos, pues, en un paisaje contrafáctico, en el que en el momento en que, hace ya 25 años, Felipe González nos llevó a comulgar con la OTAN, lo que se propuso fue unir nuestro destino (nuestro desatino) a los Estados Unidos. Pero no es sólo una fábula política la que nos presenta Reig, sino eso mismo revestido eficazmente como una historia policial, en la que el hecho desencadenante es una muerte repentina, la de Laura Gamazo en el día de su boda, y que nos llevará a buscar responsable, y responsables, a través de la investigación que por encargo lleva Menéndez Vigil secundado por un perdedor ejemplar, Carlos Clot, Charlie para los lectores, que es quien, se admiten apuestas, tiene una voz más parecida a la que conocemos de Rafael Reig. Y es esa investigación la que nos lleva a retratar un país a través de una familia, los Gamazo, a lo largo del último siglo. Un país que, según Menéndez Vigil, no augura nada bueno: “Decía Balzac que detrás de cada gran fortuna hay un gran crimen. Eso será en Francia. Aquí sólo hay traiciones, cobardías casi disculpables, negocios bajo cuerda y, por debajo de cada moneda, detrás de cada billete, la sombra de una guerra civil que nadie quiere recordar”.

            Y, claro, con estos mimbres veremos cómo desde el punto de vista del patriarca de los Gamazo, se contempla la democracia como un derivado programado del propio Franquismo. Una España que no es sino una oligarquía con instituciones democráticas. Del Franquismo se nos reflejan las agitaciones de 1956 con un retrato demoledor, desde el punto de vista de los vencedores, de Dionisio Ridruejo, como es igualmente malvado el comentario sobre “un muchacho con tan buena disposición y tantas ganas de complacer que acabó redactando editoriales en El País”.
Aquel Franquismo en el que medraron los Gamazo dio lugar a un régimen en el que tuvimos, y así los nombra la novela, a Suárez, González, Aznar y Zapatero. Como igualmente se tiene a Julio Llamazares y Luis Landero (con los que toma gin-fizz y croquetas de pollo Menéndez Vigil) y, en una apócrifa nota de sociedad y camuflados como asistentes a una boda de postín, a Martín Casariego, Antonio Orejudo, Marta Rivera de la Cruz, Constantino Bértolo y Belén Gopegui. Realidad y ficción se irán enhebrando en los recortes de prensa que se intercalan en la narración, hasta que en el fundamental de ellos aparecen relacionados, en un suceso de sangre, dos de los principales personajes de la ficción: Martínez Vigil y Rosario Valverde. 
En este juego entre realidad y ficción es fundamental la aseveración que hace el personaje secundario Alfonso Olmedo: “La vida es todo lo contrario a una novela”. Por lo tanto, esta novela, será, en aplicación de este principio, independiente de la vida en cuanto realidad, y así añade a este Madrid alternativo, sin coches pero con sacramentos, tribus urbanas, encabezadas por los bucalistas, que se rigen por herejías religiosas y que nos remiten al espíritu desquiciado y  santo de Philip K. Dick.
Dividida en cuatro partes que se distribuyen, zumbonamente, como las diversas fases de aquella Eurocopa, “Fase eliminatoria”, “Cuartos de final”, “Semifinales” y “Final” que a su vez remiten a las etapas hacia el perdón, “Examen de conciencia”, “El dolor de los pecados”, “El propósito de la enmienda” y “La penitencia”, esta novela expiatoria, este “Todo está perdonado”  que nada tiene que ver con aquel “Todo está iluminado” de Jonathan Safran Foer, nos podría llevar a concluir que no hay redención, pero más bien a que ésta siempre, perpetuamente, se aplaza: no puede haber cielo para España, sino un Purgatorio siempre en cuarentena en el que suenan enloquecidos los dados. O, más positiva y lúcidamente,y ya termino, en palabras del narrador acerca de Charo Valverde y Charlie Clot:
Ambos sabían, como lo sé yo, que la culpa sólo remite o con la absolución o con el castigo, y que aquel que ya no es capaz de creer en una instancia superior con potestad para perdonar, no tiene otro remedio que juzgarse por su cuenta y administrarse a sí mismo el castigo con los medios a su alcance.
Ese cromo, como el de Pirri, aparece en todos los sobres. A mí me ha tocado: al que ha perdido la fe sólo le queda el acerbo privilegio de condenarse a sí mismo en tercera persona.
Tal vez tenían los mismos cromos repes, el de la cobardía temeraria, el de la soledad, el del sentimentalismo complaciente, el del martirio acreedor. Aun así, debieron de calcular que entre los dos podrían completar por fin un solo álbum.
Confortados por las palabras de Rafael Reig, Ego absolvo vobis a peccatis tuorum in nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Oé oé oé. Muchas gracias.

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