jueves, 17 de marzo de 2011

Ein Volk, ein Reig...

Expongo los hechos con tranquilidad. Es decir, como si no fuera yo. Sin saber cómo quedará y si los nombres quedarán dichos. Estuve en un acto cultural (blanco y en botella, o rojo y de whisky si se mira el blog de quien hablo). El protagonista (yo era un telonero bien intencionado) sacó sus ideas políticas. Que son muy diferentes a las mías. E hizo un llamamiento a la ira, a la venganza. A la violencia si era preciso. Porque nada puede perdonarse. Al menos, nada de lo que hicieron los opuestos a los suyos. Lo que significa que no hay asesinos y culpables sin más, sino que hay asesinos buenos y asesinos malos, culpables buenos y culpables malos. De forma elocuente, dijo que “hay buenos y malos, y yo sé quiénes son los buenos y quiénes los malos”. Obviamente, el bueno es él, y los buenos son los suyos.

¿Los buenos?

Pero lo peor viene después. Fuimos a la terraza de un restaurante (él fuma, los demás del grupo, no) para tomar algo después del acto. Un amigo, escritor y honesto, que estaba sentado a mi lado, me preguntó si yo accedería a comer algo o lo evitaría por motivos religiosos. Aclaro aquí que estoy en vías de convertirme, por fe y solamente fe, al Judaísmo. Renuncié a comer nada. Los demás, extrañados de mi ayuno, me preguntaron los motivos. Fui claro: “soy judío y soy conservador. Sé que vuestras ideas son muy distintas a las mías, pero no las criticaré ni intentaré convenceros de las mías. Como veis, soy tolerante”. El escritor se permitió, entre sonrisas y alguna chanza, atacar mi fe, discutir, con insultos y groseros prejuicios, al Estado de Israel. Es más, como si yo fuera Shimon Peres (o más bien Benjamín Netanyahu, o mejor aún el propio Ariel Sharon), me preguntó por qué Israel no ha reconocido nunca, por qué se niega a reconocer, al Estado de Palestina. Contesté que en el momento fijado para la fundación de los dos estados, 15 de mayo de 1948, sólo uno cumplió lo previsto y el otro optó por no hacerlo y, en su lugar, apoyar la invasión por parte de cinco ejércitos, de Israel. En definitiva, “los palestinos nunca fundaron su estado; sólo lo hicieron en 1988 en Argel”. El escritor entró en una espiral conmigo: “falso, lo crearon en 1948”. Yo, “no: fue en los años 80, y sé lo que digo”. En esas estábamos, en una batalla por mantener cada uno sus certezas (cualquiera puede comprobar los datos históricos discutidos y dar la razón a quien la tiene), cuando apareció un hombre.

        Sesenta años, menudo, ojos claros, buenas maneras, acento español pero no andaluz. Pedía un trozo de pan. Le entregamos el bollito de pan que yo no había tocado. Dijo “no saben la vergüenza que me da todo esto”. Lo vimos sentarse un par de mesas más allá, comer con lenta avidez ese pan pequeño. El escritor (que había dicho en el acto previo tener escrita una novela, de espías e inédita, ambientada en Palestina, y que demostró clara ignorancia sobre Palestina e Israel, que también atribuyó antes a Shakespeare una cita de Rabelais y que en la cena/ayuno erró con una de Tertuliano a San Agustín), cuando soltó su arenga más cargada de política que de literatura, había dicho que la izquierda (y por tanto él) defiende la justicia y la igualdad y que la derecha sólo piensa en ella misma. Mientras el hombre pobre comía en su rincón, los demás charlábamos indiferentes. Comiendo (ellos) viandas mejores mientras el pobre roía su pan. Entonces, mientras seguían con su conversación, me levanté y hablé con el hombre. Abrí mi monedero y le di un billete de 10 euros, que era cuanto llevaba. Se resistió levemente, aceptó el billete que puse en su mano. “Para que coma algo, caballero. Aunque sea ya mañana. Que Dios le bendiga”. Se llevó una mano al pecho, sacó un pequeño atado de documentos y papelitos, me dijo “gracias, pero le voy a enseñar mi familia”. Le dije “no hace falta, créame; no hace falta”. Me mostró una estampa, recortada, de la Virgen del Carmen, una foto pequeña del beato Escrivá de Balaguer. Volví a mi sitio. No supieron lo que había pasado. No presumí de caridad. Tal vez el escritor, que se llama (lo habrá deducido el lector) Rafael Reig, el defensor de la justicia y la igualdad, del odio y la violencia, me habría acusado de “moral judeocristiana”. Para mí, es misericordia. Compasión. Tzedaká, por utilizar el término preciso y hebreo.

Hace un par de horas, escribí a un amigo, suscriptor de este blog, un correo en contestación a otro en el que preguntaba cómo fue el acto. Copio tal cual un fragmento de mi contestación:

“Rafael Reig resultó ser un rojo rojísimo. Peligroso. Mi presentación la he colgado en mi blog (http://pan-para-hoy.blogspot.com/2011/03/acerca-de-rafael-reig.html). En su intervención dijo estupideces pavorosas, de las que presagiarían incluso mi fusilamiento a manos de los suyos. Qué miedo. En la mini-cena posterior puse las cartas sobre la mesa, con cortesía y transparencia: soy judío y "conservador". Entre sonrisas se dedicó a atizarme puñaladas. Que no devolví. Que otros practiquen el odio. El mal. Yo estoy en otro reino, en otro mundo. Ya escribiré en el blog, con calma, mi relato de la velada. En el mismo, he repescado, oportunamente, uno de mis artículos clave para comprender "de qué voy": http://pan-para-hoy.blogspot.com/2011/03/gulag-memoria-de-los-campos.html. “

Puestos aquí, en el propio blog, estos enlaces pueden ser irrelevantes. Quien quiera saber más sobre el personaje, puede completar su juicio moral a través de este otro:  http://www.elgransurmano.com/rabietas-rafael-reig

Desde otro reino, otro mundo, no dedicaré más palabras a este personaje. De todos modos, su novela es espléndida, muy recomendable. He dicho.

1 comentario:

  1. Diste en el clavo, compañero. Aquí en Málaga tenemos unos cómicos excepcionales y ayer noche sobraron sus chistes de carácter totalitario. No dudo que su libro fuera bueno, pero se le llenó la boca de propaganda política. Frases como "Hay que llegar a las manos" refiréndose a discusiones entre la gente de diferente ideología, siendo el de "izquierdísimas", recuerdan a las palabras de Primo de Rivera acerca de "la dialéctica de los puños y las pistolas". Los extremos se tocan, y resultan, ambos, asquerosos. ¡Pobre España!

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