jueves, 17 de marzo de 2011

GULAG: Memoria de los campos

Nota previa: recupero aquí un artículo, con alguna leve corrección como la actualización de las fechas de Solzhenitsyn, que apareció en diario Sur (7 de octubre de 2005), en el que, para empezar me declaraba anticomunista, y a continuación, "hombre de izquierda moderada". A día de hoy, me ratifico en lo primero y desmiento lo primero de lo segundo. Soy moderado, pero no de izquierda. No puedo participar de esa (para mí) abominación. Tampoco soy del todo derechista (las abominaciones de la derecha me son tan rechazables como las practicadas desde el extremo opuesto). Este artículo, en el que reconozco que no soy del todo objetivo, supuso un posicionamiento que me hace/hizo/hará ser ingrato a muchos. Me acojo a la afirmación del "reaccionario" Aristóteles: "Soy amigo de Sócrates, pero soy más amigo de la verdad".


  
"Y yo dirijo a nuestro Gobierno esta súplica:
dóblese, triplíquese la guardia en su tumba."
Yevgueni Evtushenko: Los herederos de Stalin.


Que nadie se llame a engaño ni se rasgue las vestiduras (hay quien es amigo de esos destrozos): quien esto firma se declara anticomunista. Que es lo mismo que ser antifascista. Y aunque sea hombre de izquierda moderada, reconoce cuánta bobería, cuánto dogma, cuánta arrogancia ágrafa hay en la izquierda. Que suele olvidar que nadie ha matado más comunistas que los propios comunistas. Y hay una ceguera en ellos, y en otros, que consiste en distinguir entre totalitarismos, por no llamarlos abiertamente dictaduras, buenos y malos. Los malos son, por supuesto, los de derechas. Las dictaduras de izquierda las excusan por la nobleza inicial de los ideales, por su amor al pueblo, etcétera. Bobadas. Maneras de autoengañarse. Castro es un dictador asesino. También Pinochet. Del mismo modo que Franco, que Mao, que Mussolini, que Pol Pot, que Hitler, que Stalin.
  
Y es que Stalin es el mayor asesino en serie del siglo XX. Justamente eso. Bien lo sabe Alexandr Solzhenitsyn (1918-2008) y bien lo supo Andréi Sajarov (1921-1989), galardonados hace justamente 35 y 30 años con el Premio Nobel de Literatura y de la Paz, respectivamente. Ambos supieron lo que fue la persecución, la saña asesina, el odio a la divergencia. Ambos fueron víctimas del comunismo, esa otra modalidad del atroz fascismo; ambos fueron tachados por la inteligencia de izquierdas como fascistas, pequeño burgueses, de vendidos a los intereses del también inhumano capitalismo. La estupidez tiene como norma la obcecación. La verdadera inteligencia consiste en saber que no hay que exterminar la libertad para acercarse a la igualdad, como hizo el comunismo. Y tampoco pulverizar las oportunidades de igualdad en aras de asegurar la libertad, como hace el capitalismo salvaje. Antes de ser vituperado, conste que, de adolescente, me consideré comunista. Hasta que se me cayó encima un muro. El de Berlín.
  
Primera página del artículo en su publicación original

Los ideales de la revolución de 1917 fueron nobles. La de febrero de aquel año, que derrocó la monarquía zarista. La de octubre fue un golpe de estado (artero como todos) de la facción bolchevique, que abrió paso a una guerra civil y a una dictadura. Lenin, por tanto, no fue un santo. Sí un interesante teórico. Tras la leve apertura del régimen que supuso la 'Nueva Política Económica' en los años veinte del siglo pasado y que inauguró un momento esperanzador para todos los izquierdistas del mundo, llegó la abyección.
   
Cuando murió el dictador Lenin y fue sustituido por Iosif Visarionovich Dzhugasvilli, Stalin (en ruso, 'acero', y no es gratuito este apodo de clandestinidad con sus connotaciones de dureza y frialdad). Y Stalin, alabado por Alberti, por Picasso, por Paul Éluard, por tantos creadores bienintencionados, fue un criminal sin excusas. La propaganda soviética y, sobre todo, el prestigio ganado por la URSS tras llevar, y padecer, parte importantísima del triunfo sobre Hitler, se ocupó de tildar de fascistas a quienes cuestionaran al líder y su política. Así pues, no me extrañará que los nuevos estalinistas de siempre me tilden de lo mismo. Allá ellos. La ignorancia y el fanatismo, ya lo digo, tienen esas cosas.


Pero este artículo no es un panfleto (aunque lo parezca), ni un libelo (que no lo es de ningún modo). Es un réquiem. Por los olvidados, por los perseguidos, por los muertos del sistema del Gulag. Réquiem es, además, el título del más conocido poemario (1963) de Ana Ajmátova (1889-1966), una de las más intensas voces del siglo XX, cuyo marido fue fusilado en 1934 y su hijo fue encarcelado durante siete meses mientras Ana hacía cola, día tras día, ante la cárcel de Leningrado para tener noticias de él. El primer poema del libro comienza diciendo:
  
"Las montañas se doblan ante tamaña pena
y el gigantesco río queda inerte.
Pero fuertes cerrojos tiene la condena,
detrás de ellos sólo 'mazmorras de la trena'
y una melancolía que es la muerte."
(Traducción de José Luis Reina Palazón)
  
La escritora, y miembro del PCUS, Evgenia Ginzburg (1904-1977) fue otra víctima de los campos de muerte estalinistas. Pasó dieciocho años internada en diversos campos, principalmente en el de Kolima, el más duro de ellos. Tuvo suerte y coraje y sobrevivió. Otros 20 millones de personas (son cifras del historiador británico Robert Conquest, aunque Walter Laqueur llega a citar, entre los diversos cálculos sobre las víctimas del Gulag y las purgas, incluso 40 millones de personas) no tuvieron otro destino que la muerte en el cautiverio o ante el revólver apuntado en la sien. Sus memorias de perseguida, El vértigo (1967), son un testimonio escalofriante de la degradación humana y un canto al espíritu de supervivencia.

La Dirección General de los Campos, cuyo acrónimo en ruso es Gulag, fue creada en 1919 (es decir, bajo el mandato de Lenin) y fue en los años 30 cuando llegó a su plenitud. Junto a delincuentes, reunió a millones de disidentes, o de sospechosos de serlo, para emplearlos en labores que contribuirían a dotar a la URSS de su poderío económico e industrial. También de judíos, ya que tal condición era compartida por Lev Davidovich Bronstein, Trotsky, auténtico Anticristo del padrecito Stalin. Es más, según revela Jean Ellenstein en El fenómeno estaliniano, por la mente del dictador cruzó la idea de exterminar, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, a todos los judíos soviéticos.
  
Interior de un barracon en el Gulag, 1936-37

Estos campos de trabajo en poco se diferenciaban de los de exterminio nazis. Solamente en los procedimientos de aniquilación. También es ilustrador el más reciente título de Donald Rayfield, Stalin y los verdugos, para comprender los mecanismos y el alcance de la locura asesina del georgiano contra su propio pueblo. Ni siquiera Hitler asesinó a tantos soviéticos como el camarada Stalin. En vez de cámaras de gas, hubo extenuación, hambre, torturas.


Como los nazis, los estalinistas buscaban acabar con toda sensación de individualidad, convirtiendo a sus presos en meras cifras, en máquinas sin alma ni esperanza. Los nombres de Kolima, de Vorkutá, de Slovki, de Iskitim, de Karaganda, de Recks, son equivalentes a los de Auschwitz, Dacha o Mauthausen. Así de simple.

Los intelectuales son sólo los casos más conocidos de entre las millonarias (en número, nunca en posesiones: los kulaks, o campesinos acaudalados, fueron exterminados antes, y los aristócratas y burgueses supervivientes tuvieron que ir al exilio, que la izquierda llamó, cínicamente, 'emigración') del Gulag. Solzhenitsyn fue uno más, encerrado entre 1945 y 1953 en diversas cárceles y el campo de Ekibastuz por haber llamado en una carta a Stalin "el hombre del bigote". Y el que mayor alcance tuvo en su denuncia del régimen.
  
El prisionero Alexandr Solzhenitsyn, 1953

Su libro capital, Archipiélago Gulag 1918-1956 (1973), contribuyó a sacudir las conciencias de Occidente. Como dice Raúl del Pozo, "pocas veces un libro ha causado tanto dolor. Y es más, Alexandr Solzhenitsyn ha hecho más anticomunistas que toda la CIA. Su libro cambió la vida a mucha gente, al estilo que llevaron a Santa Teresa o a San Ignacio por el camino de Dios. La fábula tiene una honda raíz religiosa y la escritura es terrible y hermosa".

Pavel Florensky, muerto en el Gulag,
junto al teólogo Sergei Bulgakov, muerto en el exilio.
Cuadro de Mijail Nesterov, 1917

 El poeta Danil Andréiev, hijo de Leonid Andréiev, pasó diez años en la prisión de Vladimirski; el inmenso narrador Isaac Babel, autor del clásico Caballería Roja (1926), fue ejecutado en 1939; el maestro entre maestros Mihail Bulgákov murió amargado y amenazado de ser enviado a los campos en 1940; el teólogo y científico Pavel Florenski fue fusilado en 1937 en el campo de las islas Solovietski, el ensayista Iván Katáiev murió durante la purga de 1939, el novelista y poeta Serguéi Klichkov fue detenido en 1937 y murió posiblemente en 1940, el poeta Nikolái Kliúiev fue desterrado en 1934 a Siberia, fue detenido nuevamente en 1936 y fusilado un año después. El periodista Mijail Koltsov fue víctima de las purgas en 1940, Vladimir Maiakovski se suicidó en 1930, cansado del enrarecimiento del clima político y cultural, crecientemente opresivo; el director de escena Vsiédolov Meyerhold fue fusilado en 1940, el poeta Vladímir Narbut desapareció en las purgas hacia 1944, el narrador Boris Pilniak, autor de El año desnudo (1921), fue fusilado en 1937; el ensayista Valerian Pravjudin pereció en las purgas hacia 1939, igual que, en 1937, el poeta Iván Pribludinila; la poetisa Marina Tsvetáieva se suicidó en 1941, tras la desaparición de su marido en las purgas; el escritor Artiom Vesioli fue detenido en 1937 y fusilado en 1939, el escritor y traductor Olieg Volkov estuvo internado en el Gulag casi 30 años, así como ocho años estuvo prisionero el poeta Nikolái Zabolotski.

Esta nutrida nómina es sólo una selección somera. El Gulag existió. La mentalidad de los que lo promovieron todavía existe. Honor a las víctimas y a su memoria. Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.

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