domingo, 20 de marzo de 2011

¿A qué teme Virginia Woolf?

            En 1878 se casaron dos viudos, Leslie Stephen, que había estado casado con una hija del novelista William Thackeray (autor de “Barry Lindon” y de “La Feria de las Vanidades”), y Julia Princep Jackson, que había sido modelo del prerrafaelista Edward Burne-Jones y que era sobrina de la más excelsa fotógrafa de la época victoriana, Julia Margaret Cameron. Ambos habían sido padres en sus primeros matrimonios, y en esta definitiva unión el matrimonio Stephen tendrá cuatro nuevos hijos: Vanessa (1879-1961), Thoby (1880-1906), Virginia (1882-1941) y Adrian (1883-1948). Estos padres con edad de abuelos, tal como los describirá Virginia, darán a sus tardíos hijos la formación victoriana habitual en las familias burguesas: los hijos serán enviados a Oxford y Cambridge, y las niñas seguirán una educación cuidada pero limitada. Ese hecho convertirá a Vanessa y Virginia en autodidactas por más que participaran de lo más excelso de la cultura inglesa de su tiempo. Las puertas de la universidad quedarán cerradas para ellas, y así cuando a Virginia al final de su vida se le ofrezca en 1939  un doctorado honoris causa, lo rechazará como protesta y recordatorio de la injusticia dictada por los prejuicios victorianos. La ausencia de sus hermanos varones, ante los que se sintió injustamente postergada sirvió para unirla de forma especialmente intensa a su hermana Vanessa. Que, como ella, alcanzará perdurable fama no por su apellido propio, sino por el de su esposo. Virginia y Vanessa Stephen serán por siempre Virginia Woolf y Vanessa Bell. Iguales prejuicios educativos sufrieron los hijos del primer matrimonio de Julia: Stella, George y Gerald Duckworth. De George consignará en su diario la adulta Virginia abusos sexuales experimentados durante la infancia, que también afectaron a Vanessa. En un controvertido libro cuyo título es a la vez un resumen de su contenido, Louise DeSalvo estudia ese pormenor mayor: “Virginia Woolf: El impacto del abuso sexual infantil en su vida y su obra”.
Vanessa y Virginia, jugando al cricket

               Del dolor al placer
           
         Sin embargo, el momento clave en su vida temprana le llegará a Virginia en 1904. Es entonces cuando, tras haber superado una primera y devastadora depresión causada por la muerte de su madre en 1895, en la que recae cuando también muere su hermanastra Stella Duckworth en 1897, llega la muerte de su padre, a los 71 años y por un cáncer de estómago. Leslie Stephen, que había sido agnóstico declarado, alpinista, polemista y editor del “Diccionario Biográfico Nacional”, con su ausencia lleva a la ya desestabilizada Virginia a intentar el suicidio saltando por una ventana. Un primer internamiento es la respuesta de lo que queda de la familia. También la venta de la casa familiar en el barrio londinense de South Kensington, al lado de Hyde Park, para instalarse en el barrio, más céntrico pero de menor prestigio, de Bloomsbury.
De tal palo. Virginia con su padre

Según su biógrafa Hermione Lee, Virginia Woolf era maniaco-depresiva, con insomnio y jaquecas y dolores físicos continuados que la incapacitaban para una vida corriente y que a la vez la obligaron a adoptar una postura estoica ante la vida. Como válvula de escape contra toda desdicha le queda la escritura, actividad comenzada a la asombrosa edad de tres años y que no abandonará. Rodeada de voces interiores, que son masculinas y terribles, y que le recriminan su valía que juzgan de escasa, Virginia colabora en el Suplemento Literario del Times, y accede a trabajos mínimos como lectora para damas ancianas. Pero esa normalidad inestable vuelve a quebrarse. Demasiado pronto. En 1906, cuando los hermanos Stephen están disfrutando de unas vacaciones en Grecia, los dos hermanos mayores, Vanessa y Thoby, enferman de fiebres tifoideas. El regreso anticipado de Thoby a Inglaterra no le evita morir prematuramente. Tenía 26 años, y en la universidad de Cambridge había dejado a un puñado de amigos que heredarán sus hermanas: son Clive Bell, John Maynard Keynes, E. M. Forster, Leonard Woolf, Lytton Strachey y David Garnett. Los que con algunos añadidos (Bertrand Russell, Roger Fry, Duncan Grant, Dora Carrington, Saxon Sydney-Turner, Desmond McCarthy, Arthur Walley)  constituyen el que será conocido como Grupo de Bloomsbury. Quien quiera conocerlo mejor puede acceder al impecable retrato colectivo que es “Bloomsbury. Una guarida de leones” de Leon Edel, publicado por Alianza, o asomarse desde dentro a través de las memorias de Gerald Brenan (que en 1923 recibirá la visita del matrimonio Woolf en Yegen, una experiencia que duró diez días y que narra vívidamente en “Al sur de Granada”).
Tiempos felices. Mezclados en la fiesta: Leonard Woolf, Virginia Woolf, Adrian Stephen, Julian Bell, Raymond Mortimer, Angelica Bell, Jack Hutchinson y Vanessa Bell.

Bodas y bromas

     En 1907 Vanessa se casa con Clive Bell, crítico de arte y tal vez el mejor amigo del difunto Thoby. Uno de los dos hijos que tendrá el matrimonio, Julian, morirá en 1937 combatiendo en la Guerra Civil Española. Con esta boda, Virginia, asustada, siente que también ha perdido a su hermana. Aumenta su trastorno. Pero no todo es drama: en 1910, junto a su hermano Adrian, el pintor Duncan Grant (con el que en 1918 Vanessa tendrá una hija) y un par de amigos, se hizo pasar por el príncipe Ras Mendax (en latín, “Mendax” significa mentiroso) de Abisinia, dentro de una falsa delegación imperial etiópica que visitó, a través de elaborados y disparatados engaños y con honores, el acorazado británico “Dreadnought”. La prensa pronto supo de la burla. El episodio está recogido en el libro “La broma del acorazado” publicado por Valdemar y firmado por Adrian Stephen y Virginia Woolf.
Los falsos abisinios del acorazado. De izquierda a derecha: Virginia Woolf, Guy Ridley, Adrian Stephen, Anthony Buxton, Duncan Grant, Horace de Vere Cole.

En 1912 Virginia, tras haberse prometido breve, conmovedora y bochornosamente con el homosexual Lytton Strachey (probablemente el mayor genio verbal, el más depurado estilista de todo el grupo) tras una confesión mutua de soledades, se casa con otro miembro del grupo, Leonard Woolf, que sirve en el Foreign Office británico. El nuevo rol como esposa de Virginia la hunde en mayores cuitas: saberse poseedora de un rol sexual agudiza sus conflictos. Leonard, poseedor de la virtud de la tolerancia tan representativa de Bloomsbury, la protegerá, renunciará a la paternidad y consentirá las relaciones amorosas de Virginia con otras mujeres. Vita Sackville-West, nieta de Pepita Durán, una gitana perchelera, será el gran amor de Virginia, sólo comparable con el que tuvo por Leonard Woolf. En 1915, tras un nuevo  intento suicida en 1913 (una dosis letal de veronal atajada a tiempo), publica su primera novela, “Fin de viaje”, una obra experimental que refleja la muerte de su madre, el fin de la infancia y la amenaza de la locura, recibida entre el estupor y el desdén, en la que ya está presente el célebre “flujo de conciencia” que la hizo famosa.
Los señores Woolf el día de su boda

Aunque la invención del mismo corresponde a Dorothy Richardson, y la fama a James Joyce, el procedimiento, es lo que caracteriza a Woolf: al igual que Vanessa Bell pinta en esta época retratos en los que los personajes (incluida Virginia) carecen de rasgos y de detalles, con rostros vacíos, en su escritura se refleja lo que se piensa, lo que se siente, pero no lo que se dice o se hace.
Retrato de Virginia. Vanessa Bell, 1912

La dificultad de una literatura como la suya encuentra una contrapartida con el hecho de disponer de una editorial propia,  Hogarth Press, que está ubicada en la residencia de los Woolf en el barrio londinense de Richmond y que acoge también libros arriesgados o rechazados por otras editoriales. “La tierra baldía” de T. S. Eliot, junto a los libros de Virginia (usualmente ilustrados por Vanessa), junto a títulos de Freud ejemplifican esa faceta casi artesanal de la que se ocupa principalmente Leonard. En 1919 pasan a vivir entre Rodmell (cerca de Sussex) y Londres. En el campo habitan una casa, Monk’s House, en la que instalan un escritorio especial para que Virginia pueda escribir (como Balzac) de pie. También las largas caminatas por la campiña (una afición heredada de su padre, que fue notorio y pionero alpinista) le permiten recitar en alto sus textos, modelando con la voz la fluidez de lo que escribirá más tarde [Aquí, la única grabación de la voz de Virginia: http://www.cygneis.com/woolf/vw2.wav]. Es también el lugar en el que las visitas de sus sobrinos, de los hijos de sus amigos, le permiten ejercer una maternidad ficticia y grata. Pero quizás ya es demasiado tarde. Nigel Nicolson, hijo de Vita Sackville-West, recuerda a Virginia en sus peores momentos: “Insultaba, era cruel con la gente que más quería, como con Leonard Woolf. Escupía a la gente y pensaba que Eduardo VII venía a cenar a casa cuando había muerto veinte años antes”.

         Encuentro en la cumbre. T. S. Eliot y Virginia Woolf

Creación, destrucción

En 1919 publica “Noche y día”, rechazada con dureza por su amiga, y rival, Katharine Mansfield, que la encuentra anticuada; en 1922 “La habitación de Jacob” recoge la experiencia de la muerte de su hermano tanto como de la Primera Guerra Mundial. 1922 es el momento también del gran idilio con Vita que se prolongará hasta finales de la década y que después se tornará amistad sincera. En 1925 llega su primer gran libro, “La señora Dalloway”, que le da al fin prestigio y causa admiración: hay aquí feminismo, pero también literatura de la más alta calidad y de lectura no sencilla. La discutible película “Las horas” (Stephen Daldry, 2002) adapta muy libremente el libro y presenta, a la vez, un retrato incompleto pero sugerente de Virginia aque le valió el Oscar a Nicole Kidman. “Al faro” (1927) y “Las olas” (1932) son profundizaciones en este ámbito experimental e intenso; “Orlando” (1928) y “Flush” (1933) son un ejercicio de estilo y un divertimento; “Una habitación propia” (1929) es un ensayo feminista irreprochable; “Tres guineas” (1938) es más duro y beligerante en sus puntos de vista, y en su denuncia incluye el fascismo triunfante en Alemania (un país que había visitado en 1929).
Monk's House

El estallido de la Segunda Guerra Mundial determina el destino breve de Virginia. Los bombardeos arrasan la casa de los Woolf en Londres, y las oficinas de Hogarth Press. En ambos casos, se salvan los papeles del matrimonio que se refugia del peligro en Rodmell, Sussex. En caso de invasión nazi, Virginia y Leonard, que se saben incluidos en la lista negra por sus opiniones políticas y por ser judío Leonard, han planeado un suicidio compartido. Bajo los constantes bombardeos, la sensación, nada nueva, de estar perdiendo el control a la vez que su capacidad creativa, que intuye en la dificultad creciente que le presenta la novela en la que trabaja, “Entre los actos”, entre alucinaciones crecientes y la presión implacable del insomnio llevan a Virginia a llenar de piedras sus bolsillos y buscar el sueño, junto al silencio, entre las aguas de un río. Es el 28 de marzo de 1941. Su cuerpo será encontrado veinte días más tarde. De su paradero en el río Ouse daban aviso las dos cartas, breves, que dejó preparadas en casa, destinadas a Leonard y a su hermana Vanessa.
La nota del adiós

De ellas, ha conocido amplia difusión la  que dirigió a su inminente viudo: "Estoy segura de que me estoy volviendo loca de nuevo. Siento que no puedo pasar por otra de esas terribles temporadas. Y esta vez no me recuperaré. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta enfermedad terrible apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y que lo harás es algo que sé. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. Todo me ha abandonado excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros”.
(Publicado en diario Sur, 19 de marzo de 2011)

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