martes, 31 de mayo de 2011

Palabras para Corona Zamarro

           
      El reloj del dormitorio ha cerrado un paseo que comencé al tomar café con Amalia Heredia-Livermore. Es, aunque me refiera a las palabras que cierran y abren este volumen, como si la lectura de “La invitada en El Jardín de la Concepción y otros relatos” hubiera sido un sueño que comienza ante una casa palacio que sirve de portada del libro y que es roto por el  aviso despiadado del despertador. No es así, pero también es así. Del mismo modo, el lector que entre al libro tras sortear los nenúfares de la cubierta, ascender las promisorias escaleras y acogerse a la sombra refrescante de la casona, se sentirá invitado a un lugar hermoso, con una belleza amarga en ciertos parajes, pleno de senderos y de hojas. De hojas que son las de un libro que es perenne y tanto de exterior como de interior, ya que las historias que cobija no se circunscriben, con prosa transparente, a narrar las vivencias de personajes sino también a describir las zozobras, el peregrinaje, de sus espíritus.

Corona Zamarro nos ha propuesto aquí un paseo, de historia en historia, que sólo en contados casos tienen una ubicación geográfica concreta: recuerdo la presencia de Málaga en el relato que titula el volumen, además de en “El viento”, que aporta además el dato de que en ese momento teníamos alcaldesa en la ciudad, y seguramente en “Noche de San Juan” y “La hoguera”; además, tienen un marco concreto los relatos “Las Hoces del Río Duratón” en el lugar mencionado en el título, Madrid en “Marta” y en “Mi vecino el escritor”, Rusia en “Los lobos”, tal vez las cataratas de Iguazú en “La última cita”. En particular, en las que se sitúan en las Hoces del Duratón, el Jardín de La Concepción y en “El viento”, donde el escenario es el castillo de Gibralfaro,  Corona mima el detalle y el dato, de forma que sería posible recorrer esos lugares, disfrutarlos, usando los relatos de Corona como si de una guía se tratara. Cada recodo que se nombra es real y cierto, y en ese esfuerzo por lo concreto se advierte la exigencia de una narradora que mima cada línea, que medita cada historia para que la claridad del estilo se ponga al servicio de historias cuyos finales son magistrales. Que nadie espere aquí el giro sorprendente, el sobresalto efectista, el triple salto mortal y sin red para finalizar estos relatos. Lo que Corona consigue es sorprendernos con la elegancia exquisita de finales que permiten al lector intuir o soñar lo que habrá de pasar con esos personajes que, por lo general, se han hecho querer en pocas páginas.

Los devenires de los afectos ocupan un buen grupo de relatos, en los que las pasiones son diseccionadas con rigor pero sin rencor, como sucede en piezas como “Tiempo de fiesta”, “El viento”, “Adiós”, “Olvidar”, “Mi vecino el escritor” y “La hoguera”. Hay en este volumen la suficiente variedad de historias como para que cada cual pueda escoger sus favoritos. Aparte de algunos de los ya nombrados, me permito hacer mi propia selección, elegir aquellos que más me han emocionado o sorprendido:

En “El viaje”, los pasajeros arrastran sus maletas que tienen el peso y la consistencia de la memoria, en “La tormenta” nos encontramos un viajero que guarda una devoción inusual por los afectos y un compromiso irrenunciable por afrontar la realidad; en “Periscopio” y “La mudanza” nos  encontramos con fábulas muy diferentes pero que dejan en el lector la perplejidad por lo extraño en el primer caso y un pellizco de ternura y compasión en el segundo, sin forzar en ningún caso el discurso ni procurar efectismos sorprendentes. Podemos decir que unifica esta colección de relatos el hecho, podemos decirlo así, de que Corona Zamarro no escribe con negritas, no carga las tintas, no nos aturde con estridencias. Ella, sabia en ficciones y en afectos, opta por susurrarnos, por hablarnos en cursivas si queremos seguir con los símiles tipográficos, mientras paseamos, invitados, por el jardín soleado, con tramos de sombra, de sus ficciones de luz y a la vez de melancolía. Al volver la última página, una vez que frena nuestra lectura el despertador, un mirador reflejándose en un estanque nos confirma que hemos habitado un lugar propicio y grato en el que la anfitriona, inmejorable, se llama Corona Zamarro.

Texto leído para presentar el libro de Corona Zamarro "La invitada en El Jardín de la Concepción y otros relatos" (ed. Alhulia) en la sala de Ámbito Cultural, Málaga, el 31 de mayo de 2011.

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