viernes, 30 de septiembre de 2011

Austrohúngaros

El rescate del compositor Ernö Dohnányi trae al Cervantes los sonidos de un momento de esplendor de la cultura occidental antes de la barbarie
                Hay una escena en una película inolvidable de Berlanga de cuyo título no me puedo acordar en la que un cochero arrea un latigazo rutinario a su mulo y lo conmina a la marcha con un poco entusiasta “¡arre, Austrohúngaro!”. Esa palabra, fetiche del director levantino, retrata un ámbito geográfico y político y cultural que fue gloria y fue catástrofe. Antes de los pistoletazos en Sarajevo y de las trincheras, antes de las cruces gamadas y el Danubio sanguinolento, en tiempos de Sissi emperatriz plena de desesperación y vigorexia, el ámbito austrohúngaro fue el que acogió a Freud, a Kafka, a Klimt o a Mahler. Un ejemplo. O a Dohnányi, Brahms y Kodaly, que son los que acapararán un interesante, y necesario, concierto de la Oquesta Filarmónica de Málaga en el Teatro Municipal Miguel de Cervantes. Allí, el 23 y el 24 de septiembre Edmon Colomer, con la participación al violín solista de Graf Mourja, ofrecerá una velada con el imperativo título de “Descubre al compositor Ernö Dohnányi”. En el programa, el Concierto nº 1 para violín y orquesta en re menor, opus 27, de Dohnányi, las Danzas Húngaras 1, 3 y 10 de Johannes Brahms y y las Variaciones sobre un tema popular húngaro de Zoltan Kodaly.
Retrato de grupo explícitamente austrohúngaro

                 Dohnányi es el que protagoniza, y abre, el concierto. Un autor al que los otros dos contextualizan, sirviendo Brahms para señalar el lado germánico, austriaco, de su tradición musical, y Kodaly la parte eslava, hungárica, de autenticidad y folclore. Por mucho que Brahms también comparta aquí esa voluntad de terruño y atardecer dorado y festivo. Porque Dóhnányi, que nació en 1877 en la actual Eslovaquia y murió, por esas cosas de nazis, alaridos, en Nueva York dejando atrás, en Europa, dos hijos muertos, uno en combate y otro ejecutado en la desaforada represión del complot de von Stauffenberg. De este hijo saldrían otros dos Dóhanyi, uno que será alcalde de Hamburgo, y director de orquesta el otro (y padre de un actor). Un tipo íntegro el desconocido y primordial y protagonista aquí Dóhnányi, que en 1934 accedió a la dirección de la Academia de Música de Budapest y lo dejó en 1941 en protesta por las atrocidades contra el pueblo judío. Sea como sea, su tumba está bajo el sol de la capital de Florida (que no, que no es Miami) con su nombre grabado en la versión alemana, Ernst.
                Excelentísimo pianista (hay vídeos suyos que lo muestran mayor y con una energía asombrosa), su primer concierto para violín es óptimo para cadencias virtuosísticas, jugando sin red sobre un abismo a cuyos lados está, mirando serio y fumándose un puro, Brahms, y al otro un puñado de aldeanos brincando entre violines y jarras de cerveza de Pilsen. Una música adecuada para leer a ese austrohúngaro disidente que fue Bohumil Hrabal. Elegiaco y lírico, festivo y audaz. Tanto uno como otro. Escuchen a Dóhnányi, agradezcan a Colomer, o a quien sea, la iniciativa de rescatarlo, la oportunidad de la recomendación. Y a falta de discos accesibles, refúgiense en el reino de youtube, en el que no sólo hay pamplinadas.
Ernst von Dohnányi/Ernő Dohnányi
          Con Kodaly, de quien en la temporada pasada se ejecutaron sus danzas de Galanta, las variaciones populares no son tan inocentes como se puede creer. Basada en una canción popular titulada “El vuelo del pavo real” (un bicho que no vuela, sino que aletea con estilo y desgarbo) , se olvida que además de redundantemente pavonearse, esta ave simbolizaba la libertad cuando en 1939 se compuso estas variaciones, de vigoroso impresionismo, que se estrenaron en noviembre de 1939 cuando ya los alemanes de los berridos arrasaban Polonia escuchando otra música. Brahms, finalmente, pero precediendo a Kodaly en el concierto, nos ofrece una visión amable de esa Austrohungría amable y campesina, algo así como la versión Sorolla mientras que Kodaly y Dóhnanyi serían la visión expresionista, más como Oskar Kokoshka (por seguir con el club de los austrohúngaros ilustres). Sonidos de cuando aún no había sangre y humo entre los atardeceres de oro y las melancolías imperiales austrohúngaras.
Artículo publicado en diario Sur el 17 de septiembre de 2011

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