miércoles, 28 de marzo de 2012

La transfiguracíón de Jorge Rando

Jorge Rando: Maternidades, 1997-2006
Sala de Exposiciones Unicaja (Italcable), c/ Calvo s/n
Hasta el 21 de julio de 2007

    La madre, el hijo. El abrazo, la protección. La dulzura. Maternidad. El desamparo. Raro caso el de esta exposición, tan recomendable, de Jorge Rando. El artista, rico en energía y en valor, no ha querido ofrecer una colección de estampas amables en este muestrario de escenas maternales. Tampoco ha querido lanzar una tormenta de rayos negros, de dolor amargo, sobre los ojos de los visitantes. Tampoco se trata de eso. En todo caso, es de ese tipo de pintura, de ese tipo de artistas, que admite tantas lecturas como miradas. En todo caso, algo claro hay en estas pinturas de formato medio que se expanden de pura energía: una honestidad raras veces vista, una voluntad irrenunciable de pintar sin que ese hecho se convierta en fuente de tormentos ni de éxtasis, sino en una tarea interminable, una condena de Sísifo, un destino lleno de tubos de óleo, de ojos ansiosos por ver más allá. Siempre más allá. Rando es un artista extraño por lo titánico, alguien que en términos musicales estaría más cerca de Beethoven que de los minués de salón. Un pintor que no precisa disfrazar de símbolos sus telas. No hay aquí composiciones forzadas en su elaboración, sino los elementos mínimos, fugaces, pasajeros, de los cuerpos, apresados en un momento inestable en el que la carne se atreve a destellar antes de arder. Transfiguración, sí. Antes de que todo se borre, y sea ausencia u oscuridad, esas madres e hijos se vuelven, amenazados pero no amenazantes, hacia el espectador, nos dirigen una mirada última de asombro o pesadumbre, o simplemente, en las escenas de grupos, nos dan la espalda y se alejan lentamente en una tarde que todos hemos vivido.


Jorge Rando: Maternidad, 2001

     Jorge Rando es malagueño, pero su pintura no es conocida como se debiera en esta ciudad suya. Tal vez esa empecinada voluntad en no quedarse en las apariencias, en su insumisión a las normas de lo decorativo, de lo ameno sin más, hayan supuesto bazas en contra. Pero acérquense a esa nave industrial que es a la vez un barco invertido y una capilla severa que es la sala Italcable. Atrévanse a asomarse a los espejos de Jorge Rando. Una belleza terrible, de fuego y sombra, nos aguarda en sus cuadros de violenta dulzura que duele.  

Ártículo publicado en diario Sur el 29 de junio de 2007

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