lunes, 19 de marzo de 2012

Multicine España

Está próximo a inaugurarse el XV Festival de Málaga Cine Español. Recupero un artículo, con ánimos de intemporalidad, requerido sobre la edición de 2005 y que evoca, en mirada global sobre eso que llaman cine de España.
En la Sala 1, proyectan “El verdugo”, una tragicomedia dirigida por Luis García Berlanga en 1963. En la Sala 2, “Los tramposos”, una comedia de Pedro Lazaga estrenada en 1959. En la Sala 3, un musical dramático, “El último cuplé”, dirigido en 1957 por Juan de Orduña. En la Sala 4, “Arrebato”, un experimento hipnótico de Iván Zulueta que data de 1979. En la sala 5, en glorioso blanco y negro, “Viridiana”, la obra maestra dirigida en 1960 por Luis Buñuel. En la sala 6, “Malvaloca”, una comedia folclórica y muda de Benito Perojo y de 1926. Si cada una de las películas consideradas de oro por el Festival de Málaga se reunieran en un multicine,  ordenadas por el caprichoso criterio de la cronología de tal honor, entre 2005 con la feliz iniciativa de la octava edición del certamen y el actual 2010 en que se quiere redactar una película silente, ésta sería la hipotética cartelera de ese cine que en conveniente manera bautizamos como España en contraposición a la tónica dominante y al nombre que tuvo la primera sala múltiple de Málaga, y primera de su clase que desapareció, América Multicines.

            Ayer=hoy
Desde la voz de inestable arena removida de José Isbert hasta la gestualidad sin voz de los olvidados Lidia Hurtado y Manuel San Germán, entre la época de la dictadura del general Primo de Rivera en la que “Malvaloca” se estrenó y la democracia en la que surgió “Arrebato”, el cine español ha dado lugar a películas de oro, obras que en algunos casos son maestras y que en otros casos rozan la categoría, relatos fílmicos que nos honran y que sustentan el tambaleante prestigio de la cultura española. Es curioso, y sintomático, el resultado de asomarse a la hemeroteca para rastrear la historia de nuestro cine. Veamos un ejemplo: “Pese a nuestra situación geográfica privilegiada, la cinematografía en España no ha alcanzado el auge que de nuestros artistas y autores, de nuestro suelo y de nuestro ambiente, era dado esperar. Quienes luchan y trabajan porque el “séptimo arte” obtenga en España carta de naturaleza echan toda la culpa del fracaso al capital, a capital español, siempre cobarde para acometer empresas arriesgadas, encariñado en demasía con las tijeras y el cupón. Gira este problema dentro de un círculo vicioso, que las circunstancias hacen infranqueable. El capital no acude donde no hay mercado. El mercado no se obtiene sin darle un buen producto. El buen producto no se consigue sin la ayuda del capital. Y comiencen ustedes a darle vueltas”. Estas palabras, que pudieran haberse escrito hoy mismo fueron publicadas en el ABC el 21 de marzo de 1926 y las firma Ramón Martínez de la Riva. En el mismo artículo, lamenta, a propósito de la “película de oro” de este 2010, los métodos que el cine español que ha de emplear para lograr la atención del público: “En cambio de nuestro teatro poco eligen, y a lo poco que eligen tienen que añadirle efectos más o menos reprobables que refuercen la acción. Así ahora, que, según nuestras noticias, se ha llevado a la pantalla la “Malvaloca” de los Quintero, ha sido preciso llegar al “plato fuerte” que el cinematógrafo exige para compensar la pérdida de emoción en la escena muda, con aditamentos espectaculares, como la evocación de nuestras guerras coloniales en la escena de la fundición de las medallas del repatriado y de un ambiente de pasión y de celos del que da buena idea el título de “Malvaloca, o una mujer de tierras calientes” con que ha sido bautizada la adaptación cinematográfica de la célebre comedia quinteriana”.
Pioneros (Héroes) del silencio

            El oro de Málaga
El laberinto del tiempo nos lleva a orillas inesperadas, los vicios y carencias de nuestro cine son en 2010 los mismos que en 1926 (y eso que todavía estaba por llegar el crack del 29, precedente de esta crisis pegajosa de ahora, y las destrucciones de la guerra civil con su obligación de recurrir a la autarquía). De todos modos, el resultado de esa adaptación, con guerra colonial adosada, es magnífico, y “Los tramposos” es una delicia en la que se une la Picaresca española con la estética neorrealista y los métodos de supervivencia del franquismo cutre y pintoresco, del mismo modo que esa necesidad de pan y de cualquier medio para lograrlo, la España de Carpanta que vimos en “Los tramposos”, es el que subyace en la amarga fábula moral que es “El verdugo”, pero en cambio “El último cuplé” es la sublimación de la España eterna en su versión más folclórica, con toreros que mueren en la plaza y tonadilleras que evocan la grandeza (casi imperial) pasada, un musical de vistosos colorines con canciones para tararear en el taller o mientras se friega la casa. “Viridiana” y “Arrebato” (cuánto título de una sola palabra entre estas películas doradas) se alejan radicalmente de las lecturas simples y unívocas, son cargas de profundidad arrojadas sobre las retinas y las conciencias. La futilidad de las buenas intenciones, el fracaso de la caridad, la renuncia a la renuncia, la supervivencia voraz del deseo, son conceptos, sólo algunos, de los muchos que se agitan en la malvada película de don Luis Buñuel, púgil del celuloide y de las ideas. Con la película de Zulueta, ejemplo de lo que con prodigalidad se ha llamado “películas malditas”, nos adentramos en un territorio desconocido, en una regresión hacia la infancia y un ejercicio de exorcismo de las obsesiones. Rara y fascinante, “Arrebato” bebe de un río en el que se unen las aguas de “Drácula” de Bram Stoker, “El retrato oval” de Poe y hasta del universo Disney.
"Los tramposos"

El comienzo de "El Verdugo"

            Oro sobre plata
            Retomemos a Martínez de la Riva (aprovechemos la memoria histótrica para apostillar que fue asesinado durante la Guerra Civil por elementos de izquierda), que en 1928 agrupó varias de sus críticas cinematográficas con el título de “El lienzo de plata”. Y hagamos orfebrería, fijando sobre la plata de la pantalla el oro del mejor cine español. Es un ejercicio fascinante: jugar a seleccionar películas de oro entre cuantas ha producido la cinematografía patria. Junto a la que tal vez sea la mejor película de nuestra historia, la que mejor representa el ser español con sus esperanzas y frustraciones, “Bienvenido Mr Marshall” (1953) podrían agruparse el descarnado retrato documental de una familia que es “El desencanto” (1976) de Jaime Chávarri; “Amantes” (1991) de Vicente Aranda con su bajada a los infiernos de la pasión; “Remando al viento” (1988) de Gonzalo Suárez con un grito sobre una barca adentrándose en la niebla que atrapa la esencia del Romanticismo mejor que un millón de palabras; “Locura de amor” (1948) de Juan de Orduña por su reparto abrumador, su calidad como expresión suprema del cine historicista del Régimen y una Aurora Bautista maravillosa; “Morena Clara” (1936) de Florián Rey por ser la última chispa de felicidad antes del desastre; “La ciudad no es para mí” (1965), de Pedro Lazaga, por ser la película española más taquillera de los 60 y constituir un elocuente y costumbrista retrato del desarrollismo, y cuyo reverso amargo puede ser “El puente” (1977) de Juan Antonio Bardem; “Rojo y negro” (1942) de Carlos Arévalo por ser una película prohibida en la posguerra ¡por su mensaje falangista!, y con una Conchita Montenegro hipnótica; “La torre de los siete jorobados” (1944) por su carácter fantasmagórico y expresionista, y tan castizo a la vez, fruto de la genialidad de Edgar Neville; “El Sur” (1983) de Víctor Erice por ser la nostalgia serena y resignada, pero tan cálida, atrapada en una pantalla; “Abre los ojos” (1997) de Alejandro Amenábar por su tramposa y ambiciosa perfección; “Mi querida señorita” (1972) de Jaime de Armiñán aunque sólo fuera por la interpretación insuperable de José Luis López Vázquez; “¿Qué he hecho yo para merecer esto!” (1984) de Pedro Almodóvar por su forma de compaginar el exceso y lo inverosímil con la cotidianidad más chata; “La caza” (1966) de Carlos Saura por su austera metáfora, pero pegajosa y caliente, de la guerra civil; las dos joyas opuestas de Ladislao Vajda: “Marcelino Pan y Vino” (1955) por su ternura sacra lacrimógena y “El cebo” (1958) que vuelve insoportable recordar la confluencia entre un bosque y un títere. Que cada cual haga su lista arbitraria e intransferible. Cada año el Festival de Málaga añadirá un título. Mientras no cierre el Multicine España.
"Remando al viento"
El griton sagrado: 00:25-0:44
(olviden que es Hugh Grant y disfruten)

"El Arrebato"
 (no es un melenas que canta, sino la obra maestra completa)

Nuestra "Noche del cazador" nacional
 (y no, no se parecen, lo sé)

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