viernes, 13 de abril de 2012

Harry Potter, entre la Gloria y el Purgatorio

93.700.000, 48.200.000 y 24.500.000. Estas cifras son las que da el buscador de Internet más reputado y completo, Google, como cifras de resultado tras pedirle que busque referencias a Harry Potter, Shakespeare y Cervantes. Quitando los matices de que ese Harry Potter localizado puede ser también cualquier persona así llamada, y que el Cervantes y el Shakespeare localizados pueden no llamarse Miguel o William, lo obvio es la aplastante superioridad, en la red, del personaje de J. K. Rowling frente a los dos mayores autores de los idiomas inglés y español. Nos encontramos, pues, frente a un fenómeno que ha superado, en mucho, la fama  popular de los grandes clásicos. Algo que nos hace cuestionarnos qué diferencias hay entre los gustos académicos y los del gran público. Si puede medirse la serie de novelas de Harry Potter con los títulos clásicos de la literatura universal. A la vista de las ventas de las seis novelas publicadas y a la espera de la última de ellas, más de 325 millones de ejemplares traducidos a 65 idiomas, un vértigo sobreviene, una sospecha de que nos estamos manejando en terrenos más de la mercadotecnia que de la literatura. Tal vez la respuesta más adecuada esté a medio camino entre la de los detractores más tajantes y la de los entusiastas incondicionales. Que desde 1997, año de la aparición de “Harry Potter y la Piedra Filosofal”, y en sólo diez años, se haya creado una generación de lectores impacientes es algo que se debe agradecer a J. K. Rowling y su personaje. Que esos niños y adolescentes después no sean capaces de realimentar su capacidad de lectura, hacerla evolucionar hacia otros autores, hacia otro gusto, será algo por lo que habrá  que pedir cuentas a los educadores y a los padres (que también deben ser los principales educadores). Que un buen puñado de jóvenes lectores (de hecho, miles en presencia y millones en espíritu) se agolpen a las puertas de las librerías en la noche del 20 al 21 de julio para acceder al volumen que contará el destino final de Potter y aguarden la última campanada para lanzarse sobre esas páginas es algo que sólo puede ser saludado de manera positiva.
Aquí, unos pardillos

       Que la serie padezca de repetición de las recetas narrativas, de que el marketing sirva para cubrir los defectos y magnificar el producto, que su trama lleve a los lectores a un mundo de fantasía ajeno al mundo real, mucho más terrible que  el que Rowling presenta, es lo de menos. Si se intenta resumir de la forma más breve la trama genérica de las seis novelas ya aparecidas, se llegará a la conclusión de que forman lo que se conoce como novela de formación, e incluso una novela iniciática. ¿De qué va, entonces, la serie de Harry Potter? Muy sencillo: El hechicero Lord Voldemort asesina a los padres de Harry, que es adoptado por sus tíos que lo crían sin afecto alguno; al cumplir 11 años, Harry descubre que tiene poderes mágicos, y entra en una escuela de magia y hechicería, donde comienza a tener amigos y sentirse feliz mientras aprende diversas técnicas mágicas. También aprende, mientras intenta librarse de las asechanzas del malvado Voltemort, que la vida eterna depende de la posesión de una piedra mágica. 

No es difícil descubrir tras estos apuntes elementales que tras esa trama base se ocultan el mito de Edipo, la narrativa de Dickens con sus huérfanos desvalidos pero valientes y la literatura artúrica con la búsqueda del Santo Grial. La decisión de Rowling de hacer de la magia el elemento fundamental de la vida de Potter llevó a la Iglesia Católica a señalar la nocividad de esta lectura. El propio Joseph Ratzinger, antes de llegar a calzar las sandalias del pescador, dio su beneplácito, en 2003, a las opiniones de la socióloga alemana Gabriele Kuby que en un polémico ensayo acusa a las novelas del niño mago de corromper el alma de los jóvenes lectores, dañando la relación con la divinidad a la vez que es ensalzado el mundo maléfico mientras que es desdeñado el de aquí abajo. Con todo, es la autoridad de Benedicto XVI la que esgrimió recientemente un pirata informático para adelantar el final de la última novela de la saga, desvelando la muerte de uno de los personajes principales. La propagación de ideas neopaganas, alertada por Ratzinger, fue la razón aducida por el aguafiestas literario. 
       Harold Bloom, uno de los más conocidos críticos literarios, formulador del tan debatido “Canon occidental”, juzgó también a Rowling y a su criatura a través del artículo “¿Pueden equivocarse 35 millones de compradores de libros? Sí” en el que trataba sobre la primera novela de la serie. Su opinión, como delata el título, no fue positiva. Sólo razones de mercado, de respuesta a una necesidad, a una demanda de consumo, pueden explicar el fenómeno. Tachando de espantosa la escritura de Rowling, Bloom llega a la conclusión de que los lectores de esta autora simplemente están preparándose para leer en el futuro a Stephen King. Y eso sí que sería nefasto, según Bloom.
Anteriormente, otros libros destinados al público joven intentaron ganarse el favor del mercado. Desde la serie de “Las crónicas de Narnia” de C. S. Lewis (escritas desde una notabilísima óptica cristiana), las andanzas del anarquista Guillermo Brown o las estimulantes pero ñoñas aventuras de los Cinco y de sus clónicos pobres, los Hollister, ninguna ha conseguido el fervor masivo, millonario, universal, de los títulos acerca de Potter. A lo más, los que forman el ciclo de “El señor de los anillos”, de J. R. R. Tolkien, que son aceptados por los detractores católicos de Rowling por cuanto la victoria de Frodo se debe a que asume virtudes cristianas, mientras que el niño Harry sobrevive gracias al uso de saberes esotéricos, lo que vale para que su hipotético credo sea tachado de gnóstico.
Sea como sea, más allá de obediencias o gustos, de justificaciones del escapismo, de anatemas y comercio, nadie podrá evitar que dentro de diez, quince, veinte años, alguien que fue lector de la serie de Harry Potter cierre, tras haberlo disfrutado, un libro de Stephen King, de Charles Dickens, de Harold Bloom o de Joseph Ratzinger.


Artículo publicado en diario Sur el 13 de julio de 2007, con ocasión de la publicación de la que fue última entrega de lla serie de Harry Potter de J. K. Rowling

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