miércoles, 27 de junio de 2012

Sin vanidad

[Necrológica de Fermín Durante publicada en diario Sur el 14 de enero de 2007]
 
      A Fermín Durante la sonrisa le llegaba en dos fases. En la primera, los labios se arqueaban, y en la segunda, había un destello fugaz que sólo los muy avispados sabían captar. Este artista alto de estatura y de saberes se destacaba sobre los demás, su porte de persona recta se imponía en las galerías, entre el barullo entre festivo y comedido de las inauguraciones, y había siempre un instante para oír su voz en un rincón, en un aparte para preguntar con extremada atención por los asuntos comunes, y a continuación la melancolía salía a flote. Recuerdo a Fermín Durante el día que tomó posesión de su puesto en la Academia de Bellas Artes de San Telmo, su confidencia de la perplejidad que le causaba que toda esa alegría no le alegrara. Que se sentía honrado por su esposa, Micheline, y por sus hijos, que sabía que era un momento importante para todos, pero que a la postre la vanidad, la infinita vanidad del todo según un verso de Leopardi, es algo a lo que era inmune. Ahora Fermín ya no puede escuchar a sus amigos, emitir destellos en sus ojos, y queda el último recuerdo suyo en la inauguración reciente de la muestra de los fondos artísticos de este diario cuando confesaba la inminencia de radiaciones para combatir el cáncer que había vuelto a atacarlo. 

     Fermín Durante era un gran artista, pero su manera de vivir, ajeno a conspiraciones, a súplicas, al autobombo, a la vanidad en definitiva, quizás no le permitió ser tan conocido como debiera. Sus pinturas, de minuciosa elaboración, elaboradas por la mano de un orfebre del pincel, quedan aquí. Pero más allá de esos lienzos y tablas queda su mejor obra: el recuerdo dulce y delicado de un hombre pleno de bondad que nos ha dejado marcados, de manera indeleble, a los que, en uso de una vanidad que sólo aquí puede justificarse, fuimos sus amigos y lo quisimos tanto. Y más que lo vamos a querer.
 

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