jueves, 24 de enero de 2013

Lecturas: Jaume Cabré (Yo confieso)


        Es de esos libros que nunca hubiera leído. El niño de la portada, en pose casi de etiqueta de galletas rancias, el título prescindible, el abrumador grosor del volumen, conspiraban contra su lectura. La recomendación de un amigo (y compañero), su recomendación entusiasta, me llevaron a “Yo confieso”, de Jaume Cabré. El libro lo he leído con intensidad, con placer, con adictiva tensión. Lo he dejado descansar, una vez terminado, unos días. El entusiasmo se ha atenuado. Pero sigue siendo entusiasmo. Es de esas creaciones que son casi obras maestras, que guardan tesoros generosamente repartidos a lo largo de 762 páginas (disfruté del préstamo de la edición de Círculo de Lectores), que tienen personajes bien definidos, plenos de contradicciones (desconfiad de los que son monolíticos), de matices, de sombras y dudas. Estoy a punto de dar el título de obra maestra a esta novela. Una aseveración situada en una página, una gilipollez tremenda que equipara a judíos y catalanes al declarar que los catalanes han sido perseguidos de forma general por el simple hecho de serlo, es el único pero, la única mácula, que puedo encontrar en este río de palabras.


        Aunque sea la transmisión de un violín, conocido como Vial, desde su fabricación en Cremota en el siglo XVIII, con vistazos anteriores al Medioevo en  el que acecha el tremebundo Nicolau Aymeric (en mi lejana juventud, su “Manual de Inquisidores” fue una perturbadora lectura), hasta la España actual (digo España para callar el nombre de una región que Cabré llamaría gustosamente país), es esa historia del violín sólo un pretexto para armar a su alrededor un artefacto narrativo extraordinario que recuerda, por su ambición, al mitificado “2666” de Roberto Bolaño (grata lectura, pero al final no encontré en Bolaño lo que esperaba de esta novela monumental considerada, por otros, obra maestra). Si allí era Archimboldi, con su peregrinaje errante, el hilo de la narración, aquí lo es el violín Vial. Quien disfrutara del libro de Bolaño (yo lo hice, ma non troppo), hallará en Cabré otro autor al que prestar atención. Juegos narrativos como incluir las voces, concisas, del sheriff Carson y del guerrero indio Nube Negra, la alternación de voces, el contrapunto narrativo mezclando en un montaje osado el Holocausto (me cuesta no llamarlo Shoah) y la Inquisición Española, nos permiten descubrir un maestro. En todo caso, es de esas raras novelas más grandes que la vida, cuya lectura nos puede asombrar y empequeñecer como la audición atenta y alerta de la Novena Sinfonía de Beethoven.


        No hablo aquí de la mecánica del libro, ni de las vicisitudes de sus personajes. Ello precisaría una extensión que me es ajena y que ahuyentaría a quien me leyera. Además, queda lejos de mi voluntad, de mi capacidad. Hablo de mi experiencia de lector, del raro, aunque vacilante, interés y entusiasmo que en mí ha producido este libro notabilísimo. Y que encarecidamente recomiendo, apartando toda prevención.

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