jueves, 18 de julio de 2013

Algoritmos por sevillanas



LA FORTALEZA DIGITAL. Autor: Dan Brown. Editorial: Umbriel. Páginas: 448.


HAY algo que escama en esta novela. Que el autor tenga que iniciarla disculpándose por no dar una imagen eufórica de Sevilla y de España, como si por ello se fueran a asaltar los consulados de Estados Unidos, como si tuviéramos un patrioterío talibán, y que siendo la primera de Dan Brown haya sido la última en publicarse. 

Vayamos por partes. España no es un paraíso. Es más, el paraíso no existe. Y si hay putas, camellos, punkis y calor en Sevilla, o los lavabos del aeropuerto de nuestra ciudad vecina no están limpios, pues no pasa nada. Se creó mucha escandalera previa con la visión que Brown daba de España y no hay para tanto. Así, no hace falta que el pobre hombre tenga que confesar, o inventarse, en su disculpa, que está aprendiendo a bailar sevillanas. Es más, a veces son divertidos los errores que comete, como situar el Ayuntamiento de Sevilla en la Plaza de España o contar cómo las sevillanas suelen lucir mantillas en misa. 

Eso sí: los guardias civiles fuman Ducados y los punkis beben cerveza Águila. Por tanto, algo de documentación minuciosa ha habido. Del mismo modo que errores idiotas, como señalar en la página 351 que el sicario malo es sordo para describirlo oyendo un golpe ocho páginas más adelante. 


Una novela tan mala

Pero tampoco hace falta ponerse duros con el muchacho multimillonario. Pobre desgracia ha tenido ya con escribir una primera novela tan mala. Uno, por exigencias de la actualidad, se ha leído el resto de las obras de Brown. Y si, con la advertencia previa de que hablamos de productos de consumo, no de auténtica y legítima literatura, 'El Código da Vinci' era mecánica pero entretenida, 'Ángeles y Demonios' tenía un final tan ridículo que podría titularse 'Mira quién vuela' y 'La conspiración' era correcta, 'La Fortaleza Digital' es simplemente mala. No de solemnidad, pero mala a las claras. 

Veamos: la cosa va de criptógrafos (eso que tanto le gusta a Brown), pero tan torpes que se tiran las últimas páginas de los nervios, al borde del patatús, buscando una clave que el lector más abstruso ha deducido mucho antes que tan excelsas y audaces eminencias. Y no es cosa de ponerse a gritarle un número a un libro. Aunque sea de Dan Brown. 

Y el resto es lo de siempre: capítulos cortos que duran lo mismito que un vagón de metro entre estación y estación, un guapo y una guapa luchando contra las circunstancias, confiando en quien será un villano y desconfiando de quien es finalmente inocente. 

Y al llegar al final, miel sobre hojuelas, el suelo de la sala de lectura lleno de palomitas y el cheque gordo en el bolsillo de Daniel el Travieso. Eso sí, sigo sin saber lo que es un algoritmo tras leer la novela. 

Que parece que lo que busca el autor es que los de Letras cojamos el tocho de la Real Academia y lo comprobemos. Pero, Dan, cariño, no me mueve mi Dios para hacerlo (ni para quererte). Al menos, queda el consuelo de que pasará un tiempo sin que nos aflija con otra de sus ficciones sin adicciones (ni cafeína).

Publicado en Diario Sur el 24 de marzo de 2006


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