sábado, 23 de abril de 2016

Cervantes, por encima de todo

Hoy se cumplen 400 años de la pobre sepultura de Miguel de Cervantes, muerto el 22 de abril de 1616 (he confrontado el dato en Cervantes visto por un historiador de Manuel Fernández Álvarez y así es). Que recuerde, he publicado tres textos sobre don Miguel. Comparto aquí un artículo, y en breve un relato. Se publicó esta vindicación cervantina en Sur el 18 de abril de 2008. Sirva como homenaje torpe a quien tal vez sea el mejor de los españoles, tan débil, tan humano, tan fuerte, tan desdichado, tan digno. A continuación, el artículo de hace ocho años:


Fue el autor de “El famoso Bernardo”, un libro de caballería, de “Las semanas del jardín”, compuesto por diálogos, de las obras teatrales “La gran Turquesca”, “La batalla naval”, “La jerusalén”, “La Amaranta o la del Mayo”, “El bosque amoroso”, “La única”, “La bizarra Arsinda” y “La Confusa”, además de la comedia “El trato de Constantinopla y muerte de Selim”. También escribió la novela breve “La tía fingida”y el sacramental “Auto de la soberana Virgen de Guadalupe”. Todas estas obras desaparecieron en algún momento del siglo XVII. Quizás de haberse conservado, y haberse perdido en cambio el resto de su producción, este autor hubiera sido una figura menor, carne de eruditos e hispanistas, de nuestro siglo de Oro. Pero sucede que estamos hablando de las obras desaparecidas del soldado y convicto Miguel de Cervantes Saavedra.

Una muestra del estilo de Cervantes, de claridad certera, de elegancia desnuda, se da en el capítulo 46 de la primera parte del Quijote, que narra su encuentro con los cuadrilleros de la Santa Hermandad. En él, mostrando sus cartas de jugador que desea dejar al descubierto el farragoso delirio estilístico de las novelas de caballería que habían llevado al delirio al bueno de Alonso Quijano, recurre a la imitación de ese estilo. Veamos cómo lo formula Cervantes usurpando los modos de esos autores: “– ¡Oh Caballero de la Triste Figura, no te dé afincamiento la prisión en que vas, porque así conviene para acabar más presto la aventura en que tu gran esfuerzo te puso! La cual se acabará cuando el furibundo león manchado con la blanca paloma tobosina yoguieren en uno, ya después de humilladas las altas cervices al blando yugo matrimoñesco; de cuyo inaudito consorcio saldrán a la luz del orbe los bravos cachorros que imitarán las rampantes garras del valeroso padre. Y esto será antes que el seguidor de la fugitiva faga dos vegadas la visita de las lucientes imágines, con su rápido y natural curso”. ¿Alguien ha comprendido algo? Pues veamos cómo lo aclara, ahora con su propia voz, el autor alcalaíno: “vio que le prometían el verse ayuntado en santo y debido matrimonio con su querida Dulcinea del Toboso, de cuyo felice vientre saldrían los cachorros, que eran sus hijos, para la gloria perpetua de la Mancha”.

Pero Cervantes, siendo el autor nacional de España, y el creador del más rico y perdurable libro de nuestras letras, distó mucho de ser perfecto, aparte de su faceta personal en la que se une una dignísima rebeldía en su cautiverio tunecino a ciertas desdichas que le hicieron vivir en el límite de la legalidad y hasta infringirla. Si Lope de Vega llegó a decir de los poetas de su tiempo que “ninguno hay tan malo como Cervantes”, el propio autor escribió “Yo que siempre me afano de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo”. Con todo, en su poesía hay momentos extraordinarios, como el soneto “Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla”, entre mucha y abundante hojarasca. Pero se le puede perdonar todo, pues, como afirman Martín de Riquer y José María Valverde en su repaso a la Literatura Universal, su obra “muestra en su diversidad, en sus intentos más o menos afortunados y en sus variaciones de estilo un real empeño de escritor que se sabe en posesión de dotes extraordinarias pero que se pierde por caminos sin salida y por géneros no adecuados a su temperamento hasta que tiene la feliz  idea de concebir el Quijote y el acertado sentido de escribirlo con los más maravillosos, adecuados y eficaces medios de expresión”.


Cervantes se redime con su libro universal, único que le hace inmortal. Aunque él personalmente prefiriera su novela póstuma “Los trabajos de Persiles y Sigismunda”, de la que escribió la dedicatoria sólo tres días antes de su muerte, en la que se lee la escalofriante confesión “Ayer me dieron la estremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”. Borges aventuró certeramente que don Quijote es el personaje más querible de la literatura española, y Lord Byron, admirado, vaticinaba que las letras de España tendrían pocos héroes a partir de los días del flaco caballero. Ambos acertaron. Pero si leer las desventuras de Alonso Quijano y de su vecino Sancho supone amarlos, y por tanto admirar a Cervantes, mucho más respeto y asombro y emoción causa saber que quien todo ello escribió fue un hombre de vida bastante calamitosa que supo sobreponerse a circunstancias por lo general adversas, agobiado de hastíos y desilusiones, al que se le conocieron pocas alegrías y al que se negó la posibilidad de servir en Indias, lo que tal vez nos hubiera ofrecido un Quijote distinto, empapada la sesera de selvas y saetas, tucanes e ídolos, dejados atrás los momentos en que cuchilladas y balas, latrocinios y vergüenzas, rigieron sus destino, acotaron sus días. Andrés Trapiello retrata los diferentes espíritus que lo animaban (y desanimaban) en su magnífica aunque breve biografía “Las vidas de Miguel de Cervantes”. Que el cine no haya retratado a nuestro escritor, y que las adaptaciones de su obra sean discretas, es algo que no debe hacernos hace suspirar. Al fin y al cabo, es mejor que cada lector se construya su imagen del hijo del barbero-cirujano alcalaíno, que cada cual ponga su voz y su color al escudero y el caballero. Que cada 23 de abril sea el Día Mundial del Libro se debe no sólo a la gloria infinita de Shakespeare, sublime en todo momento (es innecesario insistir que la fecha de la muerte de don Miguel y don Guillermo fue la misma pero diferente fue el día por divergencias de calendarios). Frente a él, y como ángeles que se observaran desde lo lejos, el cansado y maltrecho Miguel de Cervantes soporta el peso grave de los siglos y de las desdichas. Con una compasión suave y dulce que quisiéramos merecer.

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